Portales Hacia la Sabiduría Ancestral: Mujeres, Tierra y el Espíritu de Xochimilco
Escrito por Isabela Zawistowska
La primera vez que fui a Xochimilco fue parte de un viaje de dos semanas con una organización sin fines de lucro que ayuda a jóvenes indígenas y latinxs a reconectar con sus raíces. En algún momento del recorrido, llegamos a un lugar llamado Chinampa Humedalia. Ahí fue donde tuve mi primer verdadero encuentro con el lago de Xochimilco: el último lago vivo del Valle de la Ciudad de México.

Viajamos en canoa, deslizándonos por aguas abiertas hasta llegar a lo que parecía un jardín flotante: una granja viva construida sobre el mismo lago. Allí, los agricultores nos recibieron con alimentos cultivados en esa misma tierra, y con historias que llevan el alma de Xochimilco: una ecología sagrada y frágil, remanente de un sistema ancestral que un día solía cubrir todo el valle. Nos hablaron de los jardines flotantes— más de 6000 acres de ellos—creados mucho antes de la llegada de los mexicas, por el pueblo xochimilca, que aprendió a cultivar en armonía con el agua. Este lago alberga especies que no existen en ninguna otra parte del mundo.

Photo by Maria Guisa
Después del almuerzo, un biólogo de la UNAM nos invitó a conocer su programa de reproducción de ajolotes. Hasta entonces, sólo conocía a los ajolotes por fragmentos de la cultura pop: esas criaturas de otro mundo con caritas sonrientes y branquias plumosas. Pero ahí estaban frente a mí, flotando vivas bajo la superficie del agua. Descubrí que su existencia está intrínsecamente ligada a la salud del lago. Prosperan en los canales protegidos cerca de las chinampas, donde el agua permanece limpia y libre de especies invasoras. Pero con la expansión urbana y la constante extracción de agua, su población ha caído en picada: de miles a apenas unos cuantos ejemplares en menos de una década.

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Algo se encendió dentro de mí. El ajolote me pareció un portal: una llave viva a la historia del lago, de la gente que lo ha habitado, y de un ecosistema que resiste desde el silencio. Había trabajado recientemente con un equipo para un documental ambiental, donde aprendí que el suelo es la raíz de todo. Pero en Xochimilco, esa verdad no era sólo científica: era sagrada.
Estas chinampas son testimonio vivo del ingenio ecológico de los pueblos originarios. Lejos de ser primitivas o anticuadas, representan uno de los sistemas agrícolas más sofisticados y sostenibles que se han creado. Diseñadas por pueblos nahuas, incluyendo a los mexicas, hace más de mil años, las chinampas son islas artificiales construidas con capas de lodo, sedimento del lago y materia orgánica, entretejidas con juncos y raíces de árboles. Cada chinampa se ancla con un ahuejote (Salix bonplandiana), que sostiene sus bordes y le da estabilidad. Así, cada una se convierte en un micro-ecosistema.
Pero las chinampas no sólo son tierra fértil; son memoria viva. Fueron creadas desde la reciprocidad, como una forma de vida que honra a la Tierra. Cada canal, cada cama de tierra tejida a mano, sostiene un sistema que no sólo es sostenible, sino también espiritual: un espacio donde la agricultura, la biodiversidad y lo sagrado conviven.
Comencé a preguntarme: ¿Por qué está desapareciendo el lago? ¿Podrá sobrevivir el ajolote? ¿Cómo protegemos estos sistemas de cultivo ancestrales? Volví a casa con una necesidad de seguir escarbando.
Fue así como encontré a Sara Sandoval, fundadora de Chinampa Temachtiani y descendiente del pueblo xochimilca. Al igual que lxs agricultorxs de Chinampa Humedalia, su trabajo se centra en la educación: ayudar a que la gente comprenda la importancia cultural y ecológica de Xochimilco. A través de ella conocí a su tía, Doña Susana: chinampera, floricultora, abuela, y activista. Tiene 86 años y recuerda Xochimilco en su abundancia, cuando los ajolotes nadaban entre las trajineras.
“Cuando era niña, todo era abundante… los ajolotes eran abundantes… los podía recoger en una canasta.”
“…Y ahora casi no hay.”
El padre de Doña Susana ayudó a diseñar una de las primeras trajineras. También le enseñó a cultivar usando los métodos tradicionales dentro del sistema chinampero. Tras su muerte, muchas de sus chinampas familiares fueron vendidas o convertidas en zonas urbanas. Hoy, ella cuida un invernadero donde cultiva flores, y arrienda sus dos últimos terrenos.
Sara y yo supimos en ese momento: su historia tenía que ser documentada.

Photo by Maria Guisa
Entonces decidí volver a Xochimilco. Esta vez no solo con una cámara, sino con la necesidad de escuchar, de entender, de presenciar lo que queda de uno de los últimos símbolos vivos del legado ecológico y cultural de México.
Conocer a Doña Susana fue entrar en un archivo viviente. Nuestra primera conversación fue en una canoa, deslizándonos por zonas protegidas del lago. Al principio apenas hablé; me dediqué a escuchar. Susane me contaba de su infancia, de los ajolotes que llenaban el agua del lago, de los campos de flores salvajes, de las diversidad de especies que existían cuando ella era pequeña.

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Después, visitamos su invernadero, un santuario vibrante de flores y plantas medicinales que ha cultivado con sus propias manos. En el camino pasamos por un antiguo canal ahora cubierto de cemento. Señala casas construidas sobre lo que alguna vez fueron chinampas. Una de ellas, me dice, era parte de la tierra de su padre. Se vendió hace más de diez años.
“Hay poca tierra porque ya está muy urbanizado, muy urbanizado,” dice, negando con la cabeza. “Se está acabando Xochimilco… Todo este canal era un canal.”
Señala una entrada que ayudó a construir cuando tenía ocho años. Ahí entraban los canoeros a descargar su cosecha de flores y verduras. Hoy, lleva a un pasillo de cemento, casi sin uso. Su canoa reposa semi hundida, testigo silencioso del cambio.
“Todo está vivo,” dice. “Y cuando vemos eso, actuamos diferente.”
El ser chinamperx, explica, es una forma de estar en relación con el mundo natural. Una tradición arraigada en la cosmovisión de lxs xochimilcas, cuya sabiduría creó estos sistemas sostenibles en armonía con los astros y el agua.
La colonización cortó esa conexión. Los lagos fueron drenados, se impusieron sistemas extractivos, se interrumpió el equilibrio ecológico que sostenía este lugar. Pero sentada junto a Doña Susana, la ruptura no se siente definitiva.
Sus manos siguen sembrando. Sus palabras siguen recordando. Ella es la continuidad.
En un momento, arranca una flor y me la entrega con cuidado.
“Yo cultivé esta flor,” me dice. “Nadie más sabe cómo cultivarla, solo yo. Estas semillas ancestrales me las pasó mi papá.”
La observo moverse entre las plantas, desenredando tallos con ternura, guiando las flores hacia la luz. Las plantas se inclinan hacia ella, como si la reconocieran.
Lo que ella carga no es solo conocimiento agrícola. Es reverencia. Una forma de ver el mundo: como un ser vivo, comunicante, digno de cuidado y devoción.
Poco a poco comprendo que mujeres como Doña Susana no son solo agricultoras o floricultoras. Son guardianas de la memoria.
Una memoria que no es estática. Sino que se transmite, se vive de nuevo en las nuevas generaciones.
Por eso es vital involucrar a lxs jóvenes. No sólo como futuros agricultores o guardianes, sino como narradores, científicos, artistas y líderes que entienden que sus raíces están entrelazadas con las raíces de la tierra.
Programas como Chinampa Temachtiani, que llevan a lxs jóvenes a las chinampas para aprender de abuelas como Doña Susana, para sembrar, cosechar y escuchar, son actos de regeneración cultural.
“Mi esperanza es que lxs jóvenes quieran seguir con este buen trabajo y continúen con nuestra cultura y forma de vida. Se trata de estar alineados con la Naturaleza y trabajar con ella, no contra ella. Sabiendo que la Naturaleza está viva, debemos hacer lo posible por protegerla.” – Doña Susana

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Visitamos Chinampa Nantli, donde niñas pequeñas ayudaban a cuidar los cultivos. Al verlas, sentí que el hilo se seguía tejiendo. De una generación a otra. Un acto silencioso, pero poderoso, de resistencia.

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Doña Susana me recordó que salvar al ajolote y a Xochimilco no es sólo conservar una especie o un lugar. Es salvar una forma de ver el mundo. Una que honra la vida y sabe escuchar.
El ajolote, de muchas maneras, es reflejo del lago: frágil pero resistente, místico pero real. No es solo un milagro biológico. Es un ser sagrado. En la cosmovisión mexica, el ajolote es la transformación de Xólotl, dios del fuego y el relámpago, quien se volvió criatura acuática para escapar de la muerte.
Luchar por el ajolote y su hábitat es luchar por algo más que la biodiversidad. Es luchar por la memoria. Por el sentido. Por las historias originales que nos enseñan a respetar la Tierra.
Volver a Xochimilco fue atravesar un portal: hacia el conocimiento ancestral, hacia la sabiduría viva de las mujeres, el agua y la tierra. Hacia una historia que ha estado esperando ser recordada.
Sobre la Directora
Isabela Zawistowska es cineasta documental y escritora. Su trabajo explora el cruce entre la memoria ecológica, la sabiduría ancestral y la resiliencia femenina. Es directora de Companion of the Setting Sun, una película profundamente enraizada en Xochimilco y el legado vivo de chinamperas como Doña Susana. Actualmente se encuentra recaudando fondos para completar el documental y regresar a capturar los capítulos finales de esta poderosa historia.
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Photo by Maria Guisa
Créditos: Companion of the Setting Sun es dirigida por Isabela Zawistowska y producida por Chamberlain Staub.