Reconectando con Nuestra Indigenidad: Todos Somos Ancestrales
Regresando a la cultura a través de la tierra, la comida y las historias.

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Como narradoras indígenas, llevamos la sabiduría de nuestros ancestros—de agricultores, tejedores, guardianes del conocimiento y cuidadores de la tierra, cuyas vidas se vivieron en profunda reciprocidad con la tierra. Enraizadas en la herencia ancestral, venimos de un linaje donde la tradición oral, el tallado y el canto han transmitido conocimientos comprobados por el paso del tiempo, transmitidos de generación en generación.
En mi camino, he tenido diálogos con sabios de diferentes culturas indígenas—Chumash, Māori, Kogi, Arhuaco, Waitaha, Kuntanawa y más. Aunque sus lenguas y culturas varían, su mensaje es el mismo: el momento de recordar es ahora—el momento de reconectar con nuestras raíces ancestrales y nuestra indigenidad, es ahora. El momento de reclamar nuestra pertenencia a esta tierra, es ahora.

En el lenguaje de la tierra, las historias son semillas. Ancestralmente, las historias no eran simplemente entretenimiento — eran vehículos de sabiduría, conocimiento y linaje. A través de la narración, transmitimos las lecciones de la tierra, las ceremonias de nuestro pueblo y las responsabilidades sagradas que alguna vez se sostuvieron.
La historia de nuestros ancestros no fue escrita en libros. Fue hablada, cantada y tallada en los paisajes y espacios que sostuvieron sus vidas. Las historias vivían en las palabras de los abuelos, en canciones ceremoniales que viajaban a través de generaciones—en tradiciones orales que nos contaban los relatos de la creación y las lecciones de las tierras que nos sustentaban.
A través de culturas, las historias nos unen al lugar, a la gente y al propósito de existir. Estas historias nos anclan—con la tierra, unos con otros, y con la sabiduría eterna que nos recuerda que somos parte del mundo vivo. No son solo memorias del pasado; son instrucciones vivas para avanzar en reciprocidad y respeto.

Contar una historia es plantar una semilla—una que puede crecer en entendimiento, en acción, en recuerdo. A través de las historias de nuestras tierras, llevamos el conocimiento de nuestros ancestros hacia el futuro, asegurando que las raíces de nuestra cultura permanezcan intactas. Y como las semillas en el suelo, las historias siempre están esperando el momento justo, el oyente justo, el corazón justo—para crecer.
Maria Elena ‘Mia’ Lopez, sabia de la comunidad Chumash, es una profesora universitaria y guardiana del conocimiento, quien nos habla de esta memoria sagrada. Nos recuerda que todos somos indígenas de algún lugar, que nuestras raíces no están perdidas sino esperando ser recordadas. “Mucha gente dice que todos somos indígenas de algún lugar, y lo somos,” dice. “Si conoces ese lugar, así te reconectas. Si sabes más profundamente quién eres, quiénes fueron tus padres, tus abuelos y demás—conoces tu linaje, sabes de dónde vienes—eso es como conocer la historia. ¿Por qué conocemos la historia? No porque podamos cambiarla, sino porque si no la conocemos, no podemos integrar lo que hemos aprendido para tomar mejores decisiones. Y si conoces tu historia, tu gente, tu linaje, entonces colectivamente, podemos avanzar juntos de una mejor forma.”
“No quiero que te vayas a casa, porque ya estamos juntos en casa,” dice, con una voz firme como la tierra misma. “Pero sí quiero que sepas dónde estaba tu hogar ancestral. Quiero que sepas por qué tu gente prosperó allí, por qué lo amaban, qué había en esa tierra que les trajo salud, familia y comunidad.”
Esta es una invitación—no a retirarse, sino a regresar. No a reclamar, sino a recordar. La tierra no nos pide poseerla. Nos pide estar en relación con ella, entender que el lugar en el que estamos ahora está entrelazado con los lugares que algunos llamaron hogar.
He hablado con mayores de muchas tradiciones indígenas, y todos me han dicho lo mismo: el momento es ahora. El momento de recordar que todos somos indígenas es ahora. Cada ser humano es indígena de esta tierra, pero muchos han sido desvinculados del conocimiento de sus orígenes. Si no sabemos de dónde venimos, ¿cómo sabremos realmente a dónde pertenecemos? Pero si rastreamos nuestro linaje, si buscamos las tierras que nutrieron a nuestros ancestros, los alimentos que comían, las formas en que hablaban con la tierra, descubriremos que la indigenidad no es exclusiva—es nuestro derecho de nacimiento.
Como mujer Māori, llevo el entendimiento de que mi gente, como todos los pueblos, ha recibido la sabiduría de quienes vinieron antes. Nuestros ancestros nos dejaron conocimientos, prácticas y principios para que podamos caminar junt@s hacia adelante. Cuanto más me adentro en la Agricultura Regenerativa, más me recuerda a nuestros sistemas alimentarios ancestrales. Esta sabiduría no fue entregada para ser olvidada o guardada; fue para ser vivida, compartida y recordada. Nuestros tūpuna (ancestros) entendían la reciprocidad, cómo escuchar a la tierra, cómo cultivar abundancia de forma sostenible.
Muchos hoy están desconectados, no solo de sus tierras ancestrales, sino también de la comprensión de que pertenecemos a la tierra, no al revés. La colonización y la industrialización nos han alejado de los ciclos que alguna vez nos sustentaron. El conocimiento que antes pasaba de abuel@ a niet@, con manos en la tierra y cantos en el aire, ha sido interrumpido. Y aún así, como nos recuerda Mia, la memoria de esa relación todavía existe—está esperando que la escuchemos.
Ella habla de Syuxtun, ahora renombrada Santa Bárbara, y cómo su pueblo vivía en profunda armonía con la tierra. “Nuestro paisaje era abundante porque permitíamos que nuestras plantas vivieran juntas. Las Tres Hermanas—maíz, frijol y calabaza—crecían como compañeras, apoyándose y nutriéndose mutuamente. Pero la colonización trajo el monocultivo, y al romper esas relaciones, la tierra sufrió.”
Esta ruptura no es solo agrícola; es cultural, espiritual y sistémica. El cambio hacia una agricultura extractiva reflejó un cambio más amplio en la conciencia humana—una mentalidad de control, propiedad y dominación sobre el mundo natural. Pero la tierra no ha olvidado. La agricultura regenerativa no es una moda, ni una nueva solución, sino un saber antiguo. Es el recuerdo de lo que siempre ha sido cierto: cuando cultivamos con la tierra, y no contra ella, la abundancia florece.
El Dr. Zach Bush llama a este momento uno de profundo desequilibrio—donde el caos se extiende desde lo celular hasta lo social y lo planetario. Y sin embargo, dentro del desorden hay una promesa de renovación. “Vivimos en un universo que practica la centripía—la emergencia del orden desde el caos. Lo que nos devolverá al equilibrio es el momento en que simplemente demos testimonio de la belleza.” Él nos recuerda que durante 10,000 años, las economías humanas se han construido sobre la escasez. La naturaleza nunca ha operado así—y debemos regresar las economías humanas a los sistemas de valores de la propia tierra.”
Zach también habla de un cambio cultural más profundo que debe tener lugar. “Si realmente vamos a cambiar todo, será a través de la cultura de la comida. NANA es nuestra descripción de esta cultura alimentaria que nacerá. Será la cultura de la comida la que hará que la historia regenerativa sea relevante y tangible en cada hogar del mundo—donde empezamos a comer el futuro en el que queremos vivir.”

Entonces, la narración no es simplemente una herramienta—es un camino. Es cómo recordamos, cómo nos recontamos de nuevo hacia el equilibrio. Como dice Oliver English, “Ya tenemos las soluciones. Esto no se trata de inventar algo nuevo; se trata de un realineamiento. Se trata de regresar a la sabiduría ancestral e indígena, a las prácticas que han sostenido la vida por generaciones.”
Debemos abrazar nuestra sabiduría ancestral, a quienes la sostienen, y tender puentes entre nuestra ciencia actual y las verdades antiguas. Esto no se trata de descubrir ni rechazar nuevas tecnologías, sino de reclamar principios ancestrales que han sido ignorados por el movimiento industrial.
Mia escucha estas palabras y nos recuerda el poder de la comunidad. “No estamos solos. Si todo lo que hacemos lo hacemos pensando en diez personas más, lo haremos mejor. Y debemos elegir avanzar con positividad. No más narrativas de desesperanza—le damos la vuelta a esa historia. Empezamos pequeño, pero empezamos. Aunque sea un 5%, aunque sea un 1%, es algo. Y lo hacemos juntos.” Como especie humana indígena de esta tierra, verdaderamente estamos en esto juntos.
Empezar, después de todo, lo es todo. La primera semilla plantada, la primera historia contada, el primer paso tomado de regreso hacia la reciprocidad.
Así es como se ve la re-historización (re-story-ation). Un recordar. Un regreso. Una semilla plantada profundamente en el suelo de nuestro conocimiento colectivo, esperando a que la veamos, aprendamos de ella y la dejemos crecer para las generaciones venideras.
Es tiempo de recordar la cultura en la agricultura, a través de la comida, la historia y la sabiduría ancestral.
Escrito por: Briar Rose, Directora de Storytelling